viernes, 17 de septiembre de 2010

CAPÍTULO IV: FUNCIONAMIENTO SOMÁTICO Y MENTAL

Lo más característico respecto al funcionamiento del organismo en su conjunto, o de cualquier parte de éste, es el hecho de no ser constante sino altamente variable. En ocasiones nos sentimos bien, y a veces, no; algunas veces, nuestra digestión es correcta, en otras pesada; ciertas ocasiones nos enfrentamos a las situaciones más peligrosas con calma y reposo, en otras los inconvenientes más banales nos dejan enfadados y nerviosos. Esta carencia de uniformidad en el funcionamiento del cuerpo, es el precio que hay que pagar por ser organismos vivos y autoconscientes, irremediablemente envueltos en un proceso que tenemos que adaptar a condiciones obligadamente
variables.
El funcionamiento de los órganos de la visión —el ojo que siente, el sistema nervioso que transmite y la mente que selecciona y percibe—, no está exento al variable accionar del organismo tomado como un todo, o de cualquiera de sus partes. La gente que cuenta con ojos sanos y hábitos correctos para su uso tienen, por así decirlo, un amplio margen de seguridad visual. Aún cuando sus órganos sensoriales no funcionen correctamente, ven lo suficientemente bien para los fines prácticos. Así pues, no son tan conscientes de las variaciones del funcionamiento visual, como lo son aquellos que tienen hábitos erróneos en su mecanismo visual, y que detentan ojos alterados. Estos individuos, tienen un margen muy pequeño en su seguridad visual o carecen por completo de él, y en consecuencia, cualquier problema en su capacidad de visión produce resultados notables y, en muchas ocasiones, muy penosos.
Los ojos pueden alterarse por muchas enfermedades. Algunas sólo afectan los ojos; y en otras, la alteración ocular es un síntoma de disfunciones en otras partes del cuerpo, como en los riñones, el páncreas o las amígdalas. Otras enfermedades y estados de complicaciones crónicas menos graves no provocan alteraciones orgánicas de los ojos, pero influyen sobre su funcionamiento, y en ocasiones, se traducen en un descenso general de la vitalidad física y mental.
Una mala dieta o posturas inadecuadas en el descanso, pueden también afectar la visión.
Hay también razones puramente psicológicas para un mal funcionamiento visual. La tristeza, la ansiedad, la irritación, el miedo y, cualquier emoción desagradable, pueden causar un mal funcionamiento pasajero, o si esas emociones son prolongadas, una alteración duradera.
Si nos basamos en estos hechos, que son asuntos de la vida cotidiana, vemos qué absurda es la conducta de la gente cuando se produce una disminución en la función visual. Pasando por alto el estado general de su cuerpo o de su psiquis, se apresuran a visitar al oculista, quien inmediatamente, les receta un par de anteojos. El examen lo suele hacer alguien que nunca antes trató al paciente y que, por lo mismo, no tiene el menor conocimiento de él como ente físico o como individuo. Sin pensar en que la posibilidad de que la insuficiencia en la visión se pueda
deber a un mal funcionamiento pasajero, provocado por alguna alteración somática o psicológica, el individuo se coloca sus lentes; y luego de un breve lapso (algunas veces no tan breve) de molestias más o menos manifiestas, obtiene, comúnmente, una leve mejoría en su visión. Esta mejoría, sin embargo, hay que pagarla. La consecuencia inmediata, será que jamás podrá dejar de usar lo que el doctor Luckiesh llamó "las útiles muletas"; al contrario, la fuerza de las "muletas" tendrá que aumentar en la misma proporción en que disminuya la capacidad de la visión por su influencia. Esto pasa cuando las cosas marchan bien, Pero hay una minoría de casos en que sucede algo peor, y en ellos el pronóstico es más grave.
En la infancia, el funcionamiento visual se puede alterar fácilmente por las emociones, las angustias y los esfuerzos. Pero en vez de dar los pasos conducentes a la eliminación de estos estados psicológicos y restablecer los hábitos adecuados para un correcto funcionamiento visual, los padres de un niño que se queja de dificultad para ver, se apresuran a ocultar sus síntomas mediante lentes artificiales. Con la misma ligereza con que le podrían comprar al niño un par de zapatos, o un delantal a la niña, adquieren unos anteojos para su hijo, obligando al individuo, desde su niñez, a usar un recurso mecánico del que dependerá por siempre si quiere neutralizar los síntomas del
funcionamiento defectuoso.


Ojos defectuosos que pueden tener ráfagas de visión normal.
En una primera etapa del proceso de reeducación visual, es posible descubrir un hecho notable. Cuando los órganos defectuosos de la visión ejercitan cierto grado de lo que llamo "relajación dinámica", se experimentan ráfagas de visión casi o totalmente normal. En algunos casos, estas ráfagas duran sólo un instante; en otros, periodos un poco más largos. Ha pasado —aunque no es lo común—, que los malos hábitos que entorpecen la visión desaparecen para siempre y, con la vuelta al funcionamiento normal, se alcanza una normalización completa de la visión. En la mayoría
de los casos, sin embargo, esta sensación se va tan rápido como vino. Los viejos y malos hábitos vuelven a aparecer, y no se logrará ninguna otra mejoría hasta que ojos y mente vuelvan a actuar en estado de relajación dinámica, la única forma en que es posible la perfecta visión. A los pacientes que desde hace mucho tiempo padecen de visión defectuosa, la primera ráfaga les provoca una emoción de feliz sorpresa, llegando inclusive al llanto.A medida que el conocimiento del arte de la relajación dinámica va alcanzando niveles mayores, a medida que los hábitos erróneos se reemplazan por hábitos adecuados, a medida que la capacidad visual mejora, las ráfagas que mencionamos se hacen más frecuentes y duraderas, hasta convertirse en un estado continuo de visión normal.
Que ese estado sea permanente: he aquí el fin y propósito de las técnicas educativas elaboradas por el doctor Bates y sus seguidores. Esta ráfaga es un hecho empírico que puede ver cualquiera que cumpla los requisitos que ésta exige. El que durante un instante podamos ver con notable claridad objetos, que normalmente son confusos o hasta invisibles, demuestra que el alivio pasajero del esfuerzo mental y muscular se refleja en un funcionamiento más correcto y en la desaparición temporal del vicio de refracción.

Ojos variables con anteojos invariables.
Si las condiciones cambian, puede variar el grado de deformación del ojo enfermo que le fue impuesto por los malos hábitos en su uso. Esta posibilidad de variación, que se puede inclinar hacia la normalidad o hacia la disfunción, es mecánicamente disminuida, e incluso eliminada por el uso de lentes. La causa es sencilla: no cualquier lente sirve para corregir un vicio determinado de refracción. Es decir, que un ojo no puede ver con claridad a través de una lente, a no ser que éste tenga el mismo vicio de refracción que el que la lente tiende a corregir. Cualquier amago de los ojos provistos de anteojos para seguir su desarrollo natural, es inmediatamente detenido, ya que siempre provoca una peor visión. Esto es así aún en los casos en que el ojo se inclina hacia la normalidad, pues
el órgano sin vicio de refracción no puede ver claramente a través de una lente que le sirve para corregir un vicio que ya no existe.
Comprendemos así que el uso de gafas ubica a los ojos en un estado de inmovilidad estructural rígido e invariable. En este sentido, las lentes artificiales se parecen, no sólo a las "muletas", con las que el doctor Luckiesh los compara, sino a las férula, brazaletes de hierro y vendajes enyesados.
Ya que tocamos el tema, mencionaremos algunos progresos recientes y totalmente revolucionarios en el tratamiento de la poliomielitis. Estas modernas técnicas fueron propuestas por la enfermera australiana Elizabeth Kenny. Sus procedimientos han dado maravillosos resultados en Inglaterra y en los Estados Unidos. En los viejos métodos de tratamiento, se inmovilizaba, mediante férulas y yesos, los grupos musculares paralizados. La hermana Kenny reniega de estos recursos. En su lugar utiliza, desde el comienzo de la enfermedad, una variedad de técnicas que buscan relajar y reeducar los músculos enfermos, algunos de los cuales están en un estado de espasmo por hipercontracción, mientras otros (imposibilitados de movimiento debido al espasmo de los grupos musculosos
vecinos) se "olvidan" de llevar a cabo sus funciones. El tratamiento a nivel fisiológico, como la aplicación de calor, se mezcla con una llamada a la mente consciente del paciente. por medio de instrucciones verbales y demostraciones prácticas. Los resultados son verdaderamente notables. Gracias a este tratamiento, el promedio de restablecidos es del 75 al 100 por ciento de los casos, según el lugar de la parálisis.Entre el método Kenny y el del doctor Bates, existen semejanzas muy significativas. Los dos se rebelan contra la inmovilización de los órganos enfermos. Ambos resaltan la importancia de la relajación. Los dos aseguran que el funcionamiento defectuoso puede ser guiado hacia la normalidad por una adecuada coordinación psicosomática. Y, por último, ambos son efectivos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario